Por: Antonio López Sánchez
El seguimiento noticioso de un hecho, cualquiera que este sea, es una premisa del trabajo periodístico. Lograr esa continuidad resulta muy reconfortante para cualquier periodista. Si además, en el caso de los escribas que no movemos en predios musicales y de la cultura, el seguimiento trae aparejadas las satisfacciones de constatar avances y logros de alguna figura, la recompensa resulta mayor.
Hace alrededor de tres años, reseñaba este redactor la primera grabación de la joven cantante santiaguera Giselle Lage Gil. Un fonograma con aires troveros, aunque con horizontes abiertos a varios géneros de la canción, y con la presencia en la guitarra de ese grande que es Gabino Jardines. Como subrayado de la solidez e intenciones de la artista, decía por entonces en aquel texto, destacaba la selección de autorías, todos nombres de la más alta canción cubana y latinoamericana.
Ahora, otro disco marca nuevos pasos en la carrera de esta intérprete. El álbum se aventura también hacia horizontes mayores. La apertura hacia predios donde la canción se acerca al jazz, a la vertiente trovera más allá de la guitarra, al bolero y a la música del Brasil, es el primer rasgo evidente de los rumbos que sigue el compacto. En esta grabación es perceptible una mayor variedad, en especial en lo referido al formato musical y a los géneros escogidos, respecto al registro anterior. Otra vez destaca, en directo enunciado de las pretensiones estéticas de la cantante, algunos sólidos nombres dentro de la lista de las autorías que integran este trabajo. Tom Jobim y Vinicius de Moraes, Marta Valdés, Francisco Céspedes, Jesse Harris, Armando Manzanero, entre otros. En esta ocasión, algunos de sus colegas santiagueros, Erick Ramírez y Carlos Javier Álvarez, por citar un par de ejemplos, comparten cartel con figuras más consagradas de la composición.
Paso adelante lo constituyen los arreglos. Resulta notable que, en la selección de los temas y en el estilo seleccionado, hay una búsqueda de sellos personales, de marca propia para la cantante, apoyada en la música. Buen ejemplo es Dream a Little dream of me, ese clásico de Fabian Andre, Wilbur Schwandt y con letra de Gus Kahn. Recordemos que ha sido un tema visitado desde Louis Armstrong, pasando por Tony Bennett o Diana Krall, hasta Cass Elliot, de The Mamas and the Papas, entre muchos. El tempo más rápido en que lo canta Giselle imprime una relectura, una intención nueva, que regresa a las grabaciones originales que se hicieran de este tema, escrito en 1931. Porque, a pesar de ser una balada, entre los primigenios hubo varios registros en un ritmo más veloz.
En esta misma cuerda aplaudimos el cauce diferente al encarar temas como Don´t know why, de Jesse Harris y popularizado por ese “monstruo” cantor que es Norah Jones, así como la página Se me antoja, de Francisco Céspedes. Evadir parecidos, buscar caminos propios, no cantar desde el mimetismo que imponen versiones anteriores, es, a no dudarlo, buen síntoma de creatividad.
Otros momentos destacables del disco son las versiones de Alfonsina y el mar, intensa, honda, y donde repite la guitarra, así como las incursiones por predios de Brasil. Tres temas donde aparece la firma de Tom Jobim, en uno con Vinicius de Morais, y que son bien manejados desde la voz de Giselle, que lo mismo abriga o se ofrece intensa y sentida, que se divierte desde cada tema. Y dejemos escapar un guiño cómplice al aire “guzmanero” del arreglo del tema Una mujer, de Jorge Luis Borrego, que bien pudo haber competido en aquellas lides musicales.
Por cierto, aunque sabemos que en Cuba las condiciones tecnológicas a la hora de grabar imponen serias limitaciones, eso mismo obliga a ser más cuidadosos. Aunque buscar la soltura instrumental desde arreglos sin simplezas y los solos arriesgados son intentos dignos de aplaudir (y así se mueve la música en este álbum), justo por esas limitaciones técnicas nacionales hay que poner especial cuidado en no dejar escapar alguna nota equivocada o alguna suciedad a la hora de tocar. En el calor de una grabación en vivo puede ser perdonable, en un registro de estudio, es franco fallo. Otro detalle está en que resulta muy necesario, cuando se canta en otros idiomas, cuidar la pronunciación casi hasta el delirio. Las letras en portugués, por obvia cercanía lingüística y hasta ritmática, fluyen casi libremente. Las cantadas en inglés, todavía pueden mejorarse más.
En resumen, este nuevo compacto de Giselle Lage reporta utilidades en el avance artístico de la cantante. La audacia, la búsqueda, comienzan a enrumbarse rumbo a la madurez y la experiencia. Es visible que crece y se afianza su carrera, de la que todavía podemos esperar más. Ojalá nuestras disqueras, locales o foráneas, abrieran alguna ruta a esta joven artista, para que su trabajo fuera más conocido fuera de sus predios provinciales. En medio del panorama de las producciones nacionales, que nos acosan el oído desde lo intrascendentemente vacío hasta lo abiertamente grosero, hallar un oasis de belleza, calidad y búsqueda, puede contribuir a salvarnos el día. Un grato oasis para oír buenas canciones, como el que ofrece Giselle Gil desde su trabajo.