El vigor de la canción

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Resulta casi un imposible, y que ocurre con mucha más frecuencia de lo que deseamos, el develar las novedades sonoras que acontecen más allá de los predios capitalinos. Los consabidos problemas objetivos y subjetivos (más lo primero que lo segundo y también viceversa, diría Benedetti), nos impiden a menudo hacer salir a la luz de los medios nacionales los no pocos brillos que atesoran las provincias.

Si usted pasa por Santiago de Cuba y puede darse un salto por alguna de las peñas que allí acontecen, en especial alguna ligada a la buena canción, no deje de escuchar a Giselle Lage Gil. Todavía parece una adolescente, de figura esbelta y una apariencia casi frágil, que sus ojos grandes y serios desmienten de inmediato. Pero, mejor, espere a que cante. Entonces descubrirá una voz hermosa, un sonido donde se notan ya el rigor y el talento, y un futuro donde no faltarán mayores logros y estaturas, si tan serio camino se mantiene y cultiva como merece.

Giselle ha cursado diversos estudios de piano y de canto. Sus primeras inquietudes musicales, cantar y prender canciones nuevas según refiere, la llevaron de la mano de su familia hasta las cantorías infantiles en la Sala Dolores y a las primeras clases de piano con la profesora Daysi Díaz Páez. Luego vendrían los estudios en el conservatorio Esteban Salas, hasta que, vencido el nivel Medio, cumpliera su servicio social como profesora y pianista acompañante de la propia Escuela Vocacional de Arte santiaguera. En tal recorrido, los sueños de la niñez se fueron haciendo real presente.

En su provincia, además de compartir labores con algunos de sus coterráneos, como el trovador Erick Ramírez, también ha recibido la atención de espacios televisivos locales, en especial los dedicados a los creadores más bisoños. En el corto animado Mundo sumergido, de Alien Ma, interpreta el tema principal del filme en unfeaturing con Quidam Pilgrim, y protagoniza el clip promocional de esta producción.

Por fortuna, ya Giselle cuenta con una grabación de su trabajo. Un disco que debemos (como tantos otros de por esos lares), a ese santiaguero incansable que es el trovador José Aquiles. Acompañada a la guitarra por el maestro Gabino Jardines, la joven cantante asume retos mayores en ese registro. Proyectada más allá de las canciones de sus colegas troveros, Giselle se introduce en un repertorio selecto, hondo, variopinto, donde se respira del filin, del bolero latinoamericano e incluso del tango y del Brasil.

Con repasar brevemente los autores que suma este fonograma, se puede al menos ya aplaudir de primera mano las intenciones que busca tocar, lejos de toda concesión y colmado de magníficas obras. Baste mencionar a César Portillo de la Luz y José Antonio Méndez, Isolina Carrillo, Ernesto Duarte, Marta Valdés, María Teresa Vera y Guillermina Aramburu, Tom Jobim y Vinicius de Moraes y hasta un Gardel y Lepera, muy dignamente defendido.

Con ese aire sonoro especial que Gabino sabe recrear (que no por gusto fue el guitarrista de doña Eva Griñán), el disco transpira una atmósfera deliciosa, sin artilugios. El acompañamiento deja entrever los justos momentos para que brille la voz solista y propicia a la vez una base sólida que arropa cálidamente cada tema. Giselle no tiene una de esas voces de potente emisión o de apabullantes notas ultra altas en su tesitura. Pero su registro agradable y limpio, su manera personal de construir cada tema, ofrecen a cambio esa interpretación sin estridencias, ese filin raigal, esa oportunidad de detenerse a escuchar y disfrutar de una canción por su validez per se; justo para dejarse llevar a los ensueños que sus autores nos revelaron con tales obras. Tal sensación, creo que escasa en los avatares musicales del hoy, al menos aquí se percibe claramente. Y, mejor aún, se disfruta.

Hay todavía, por supuesto, un poco de sombras por vencer. A pesar de que se escucha de un tirón, con sumo placer, es claro que no es este el disco que consagrará a esta artista ni mucho menos. Quizás algo más de fuerza a la hora de entregar la canción, algún melisma que sobra, un par de entonaciones que pudieron ser mejor logradas o intencionadas en otro aire, son lugares todavía perfectibles. Un larguísimo trecho de rigor y dedicación, mucha madurez y entrega de por medio, le queda a esta artista por desbrozar. Pero, a la vez, este disco mejorable es quizás el primer grande y sólido paso en ese viaje. El sólo hecho de que una intérprete novel ya decida medirse con tal repertorio, y salga del paso con tino, logrado buen gusto, y calidad coherente con su juventud y sus capacidades, es de por sí digno de elogio.

Así que,  lléguese por Santiago de Cuba. La canción, la buena canción, libre y vigorosa, sin tener que ir a descubrirla sino tan sólo a disfrutarla, también suena y vive por esas cálidas tierras.

Por: Amalia Alejandra • Santiago de Cuba, Cuba

Publicado en: La Jiribilla (digital), nro 723, 4 al 10 de abril de 2015